ENGLISH
To me, the act of eating more than just a biological need, implies a big daily pleasure. To enjoy it I have necessarily to assume, like most people in Europe, that the food we buy in shops or restaurants have the highest standards of quality. I use to imagine also, that there are serious institutions behind us, who are always busy to control them.
In fact, I use to have some faith in the infallibility of the regulatory agencies to keep away any remote malpractice, thanks, obviously, to the efficiency of both the sciencie and the technology.
But one day in 2006, I listened on the radio that in the Aragón and Cataluña, on the north part of Spain, there were was more transgenic maize seeds planted than in the rest of Europe. It surprised me a lot. Firstly, I found my self a bit alarmed by those usual bad rumours often around the GMO industry. I got a bit scared thinking of a maize seed who had been created in a laboratory with a type of bacteria with insecticidal properties could be later inside my meal without knowing it. Later I readed that in fact, this GM maize is only to feed farm animals. However this, European laws allows to import many others GMO seeds or derivatives to elaborate popular sauces, drinks or sweets always available in your corner shop.
Then, we have to ask ourselves, are really so bad the GMO? Or is just a matter of simple fear of the unknows? As happened in the past, progress use to generate fear. Besides this, others questions came: what is the relation of the GMO industry with the so-called green revolution started in the 60’s decade? From then, food get cheaper and cheaper in supermarkets, while vast monoculture plantations became the norm. The small print of the change was the environmental degradation due to pesticides like DDT, loss of biological diversity as well as the unstoppable depopulation of the countryside. Question are there:
Was good that change?, ¿good for who? Is this the price of progress and modernity?
In this way I arrived inevitably at the point of calling into question other parts of the cake like big factory farming and its environmental costs or the consequences of large-scale fishing. At the end, we must say, since 60’s the concentration of the power in few hands both of food production and distribution is clear.
Can we trust then in a massive food industry led more and more by few people with an increasing budget to negotiate the terms? And in this context, can public regulatory institutions do their job?
In this way, filming Transition – there is no alternative is being for us an experience, like a way surrounded by basic questions like, what is health and what is not, to others more complex related to our way to live, global urban sites versus local countryside. Finally we will have to bring up how is our relationship as biological beings with the nature.
CASTELLANO
Personalmente siempre he sido una de esas personas para las que comer significa además de necesario un enorme placer. Daba por sentado la calidad y salud de sus ingredientes. Como si hubiera una serie de organismos muy serios y muy preocupados por la exquisita calidad de lo que comemos.
Confiaba no sólo en organismos reguladores sino también en la capacidad de la ciencia y la tecnología para asegurar que todo está bajo control sin atisbos de duda.
Pero un día escuché en la radio entre Aragón y Cataluña suman la mayor plantación de maíz transgénico de toda Europa. Y aquello me impresionó. Confieso que me dejé llevar por la mala prensa que tiene la industria de los organismos modificados genéticamente. Me asustó la idea de que un maíz creado en el laboratorio con una bacteria con propiedades insecticidas fuera después incluido en la cadena alimentaria sin que ni yo, ni la mayoría de la población lo supiera. Más tarde descubrí que en realidad sólo se permite plantar un tipo de maíz destinado para el pienso de los animales de granja. Sin embargo, sí se permite importar con normalidad otras variedades para la elaboración de salsas, bebidas y dulces de marcas muy populares que compramos en la tienda de la esquina.
Pero debemos preguntarnos ¿son tan nefastos los productos transgénicos?, o ¿es simple temor infundado por miedo al progreso como dicen otros? ¿Cual es su relación con la revolución verde de los años 60 y su implantación mundial? Los 60 fueron tiempos donde la comida en Europa se abarató de manera nunca vista mientras las explosiones de grandes monocultivos alcanzaban proporciones insólitas.
¿Son buenos estos cambios? ¿Buenos para quién? ¿Son inevitables en nuestra idea de modernidad?
Por extensión entramos en los debates en torno a la ganadería industrializada con criterios especialmente productivos, a la pesca a gran escala y en general a la transformación que ha sufrido la producción y distribución de comida en los últimos 50 años. La concentración en muy pocas manos de la producción es clara.
¿Podemos confiar entonces en una industria alimentaria, en posesión de unos pocos? ¿Están aún las instituciones velando por nosotros o sometidas a fuertes presiones del lobby de las grandes industrias alimentarias?
De esta forma, la experiencia de grabar Transition – there is no alternative está siendo un camino salpicado de preguntas desde las más básicas sobre salud, a otras sobre nuestro modelo de vida urbano globalizado enfrentado (o no) al rural y local. Al final, todo parece revelarnos a explorar cual es nuestra relación como seres biológicos que somos con la naturaleza.